El pasado jueves 6 de junio participé en el programa de la Radio UMH “Palabras al viento” conducido por Carmen Pomares en una interesante tertulia nostálgica sobre el despoblamiento de la España rural, haciendo hincapié en la inmigración de los años 50 y 60 que llegó a la ciudad de Elche en busca de un trabajo y mejores condiciones de vida.
El debate resultó de lo más interesante comenzando con la exposición del libro “Casas Blancas, un legado común” de Júlia Romero, en el que a través de un interesante trabajo de campo describe el proceso de despoblación que sufrió esta pedanía murciana en la década de los 50, en la que muchos vecinos tuvieron que dejar su tierra para marchar hacia lugares como Elche, mi ciudad, donde la industria del calzado ofrecía oportunidades de empleo.
Y es a partir de este momento, cuando mi intervención en el programa analiza el crecimiento exponencial que vivió la ciudad de Elche, donde entre los años 50 y 70 dobló el número de habitantes, pasando de poco más de 70.000 almas a los casi 15.000 residentes.
Gentes venidas de Andalucía oriental, Murcia o La Mancha engradecieron la ciudad de Elche.
Elche, una ciudad, con unos accidentes geográficos como son el río Vinalopó y dos barrancos en los extremos, y otro accidente fruto de la mano del hombre, como era la vía del ferrocarril, supuso que la ciudad tuviera que expandirse al “otro lado de la vía” para dar cabida a esta población que no dejaba de llegar.
El crecimiento desmesurado en el margen opuesto de las vías creó una doble barrera, tanto física como social, pues no era lo mismo vivir a un lado que al otro de la vía del tren.
De hecho no fue hasta 1972, cien años después de la llegada del ferrocarril a nuestra ciudad, que se soterraran las vías y se creara un gran jardín central, que no sólo urbanísticamente cambió la ciudad sino también a nivel social.
La necesidad de nuevas construcciones a un ritmo de vértigo hizo que el barrio ilicitano de Carrús se fuera urbanizando sin un verdadero plan de ordenación urbana (el PGOU DE 1962 quedó obsoleto) en el que se incluyeran zonas verdes, centro cívicos, zonas deportivas y demás dotaciones. Afortunadamente el barrio ha mejorado mucho.
Son varias las plazas y elementos arquitectónicos los que dan personalidad al barrio, como la Plaza de la Aparadora, en cuyo centro se alza una fuente con una escultura homenaje a esta profesión, a la que muchas de estas mujeres llegadas en los años 60 y 70 se dedicaron en casa compaginando con el cuidado de sus hijos.
Otras plazas emblemáticas son el Parque 1º de Mayo, nombre que hace referencia a todos los trabajadores de este barrio obrero que reivindican unas condiciones dignas de trabajo, o la Plaza de las Chimeneas o els Algeps que mantiene las antiguas chimeneas de yeso frente a lo que fueran las vías del tren.
Hoy en día es un barrio multicultural, a finales del siglo pasado vivió otra oleada de inmigración, si la primera fue de gente venida de Andalucía oriental, Murcia o La Mancha, esta segunda fue de gente venida del norte de África y países de latino américa. Población muy heterogénea que ha hecho raíces y dejado su huella cultural, como la Casa de Andalucía, con sus manifestaciones festivas en la romería del Rocío o Feria Andaluza, o asociaciones de países como Ecuador o Colombia.
Podéis escuchar el programa en el siguiente podcast: http://radio.umh.es/files/2019/06/100619-Podcast-PALABRAS-AL-VIENTO.mp3
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