La celebración de la llegada del solsticio de verano, el culto al sol y al fuego, se pierden en las raíces de la cultura popular. Lo que si podemos afirmar es que la llegada de la cristianización supuso la dedicación de esta efeméride a San Juan Bautista, aunque eso si sin perder su carácter esotérico.
En la Edad Media, ya era habitual, el celebrar esta noche con hogueras a las que se le echaban hierbas, al mismo tiempo que se rogaba por la desaparición de los males para el siguiente año. Esta celebración, en un principio generalizada en toda la ciudad, debió centrarse más concretamente en el Raval a partir del siglo XVI.
Como todos sabemos, este barrio fue la morería tras la reconquista por parte de Jaume I en 1265, en la cual los musulmanes tuvieron que elegir nuevo emplazamiento en el que habitaron hasta el 22 de enero de 1526, fecha en la que fueron forzados a bautizarse al cristianismo. Este hecho desencadenó en la bendición cristiana de la mezquita del barrio y en su dedicación a San Juan Bautista.
Desgraciadamente, las fiestas de este barrio tan castizo, han atravesado por diversos de momento de auge y de declive. Las calles se engalanaban para la ocasión con guirnaldas y farolillos y los portales se llenaban de un perfume embriagador procedentes de las plantas que las vecinas sacaban para la ocasión. Del mismo modo los vecinos compartían mesa y tertulia “en germanor” en las cuales se cenaba con el tradicional “sopar de cabasset”, en el que no podían faltar las célebres “bacores de Sant Joan”.
En el último lustro L´Associació de Veïns del Raval ha relanzado la tradicición de engalanar las calles mediante un popular concurso, en el que los vecinos se esfuerzan con su participación para de este modo engrandecer más las fiestas del barrio.
¡Visca Sant Joan!.